lunes, 6 de octubre de 2008


Historias (dos)

Después de la noche en que consiguió el tan buscado pasaje, descansó. Cerró los ojos sin el temor que hasta ese día la tenía mirando para todos lados. No se si voy a poder aguantar tantos minutos sin llorar, pero llorar sola no tiene sentido. Aguantó hasta dos horas antes de embarcar. Tomó un taxi sin mirar hacia atrás, el taxista tarareaba una canción que empezaba ... vamos vamos Argentina, vamos vamos... Ella pensaba en la cruel paradoja, él seguía cantando. Unos diez minutos la separaban de Ezeiza, muchos más de Madrid y ni pensar en los años que la separaban de Buenos Aires.
Se llamaba Pedro y manejaba como un inexperto, respetaba exageradamente las reglas de tránsito, no era un taxista clásico. La radio lo ayudaba a despegarse de las historias que le contaban sus clientes. Ella no le había contado nada, solo hablaron del clima, del calor insoportable. En un momento le pidió que se apure, ¡vamos vamos! ¡apurate!, que voy a llegar tarde. Él no le hizo caso, pero la miró. Cuando se bajó corrió unos pasos, estaba de nuevo sintiendo esa intranquilidad que la hacía mirar para todos lados, pero esta vez era puro movimiento, esta vez cerró los ojos. Ya es tarde para mirar, susurraba, ante la mirada de un pibe que se asombraba de su movimiento y de una mujer a quien solo le quedaba susurrarse a si misma. El avión despegó. El taxi arrancó displicente, el calor se tornaba insoportable, abrió la ventanilla y después la cerró, entraba un aire caliente.
Faltaban dos horas pare que su vuelo llegue a Barajas, no pudo dormir ni un segundo, ni uno solo. A él le faltaban tres horas, manejaba hasta las 7, tipo ocho se iba a jugar un picado con los amigos y después hacían un asado en lo del Gordo Martín . Llegó y miró al cielo, necesitaba sentirse como en casa, pero el cielo estaba nublado y en Buenos Aires, unas cuantas horas antes, estaba bien celeste. No me tengo que poner exigente, es lo peor que puedo hacer. Se tomó un taxi hasta un lugar que no conocía. Él tomo un poco de más, pero al otro día se levantó sin queja alguna y salió a laburar. No me queda otra pensó mientras se levantaba para ir hasta el tacho, no me queda otra pensó mientras el sonido bien pronunciado de la z le lastimaba los oídos.

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