martes, 28 de octubre de 2008

Itineraruis urbanus


Las miradas distraídas pretendían generar desconfianza.
Ante los tristes asistentes, escuché con placer el discurso de un hombre que prometía bienestar.
Las calles se multiplicaban y mi oído volvía a escuchar la cortina elegida para un momento de tan poca sofisticación.
Disfrutaba ante los comentarios que pretendían convencer a otras personas de que se puede. Me preguntaba a qué se referían, pero prefería no escuchar la respuesta. Por eso seguía caminando.
Después pude ver a hombres que tienen la cara marcada por el disgusto, esos hombres que solo se justifican ente la mirada extraña.
Su justificación carece de responsabilidad, generalmente hablan sobre sus miserias con gente poco conocida. No aguantarían opiniones encontradas.
Pero no terminaba ahí el camino un tanto urbano que sin planearlo se presentaba ante mí.
La plaza estaba vacía, los chicos ya no alquilan bicicletas, los bicicleteros te miran al pasar.Decido alquilar una bicicleta y la devuelvo a los veinte minutos. No sé si es porque dejé de ser un posible cliente o si es porque me tiran más los kartings, pero a tanto no me animo.
La plaza ya quedó atrás y el barrio se consume en las lucas semi apagadas.
La inseguridad no sabe de luces, pero me siento más seguro cuando las luces se apagan definitivamente.
De todos modos no hay que perder la perspectiva, y lo sigo diciendo después de muchos años. Esa frase bien negra me ilumina y en todo momento me justifica.
La vuelta estaba por terminar pero me resistía a no pasar por una librería. Siempre termino pidiendo un libro que ya sé que no está. Siempre me terminan diciendo lo mismo.
El domingo improvisaba.
Hacía tiempo que no pasaba esto.
Tenía que caminar.
El lunes dejaría la improvisación para los que saben.


Foto hurtada al Ambi

lunes, 20 de octubre de 2008

Poesía not dead




Las palabras me salían como intrascendentes, los posibles amigables críticos me mentirían en voz baja, tratando de que no les crezca la nariz.
La preguntas brotaban.
La respuesta con visos de justificación planteaban el romanticismo de la inspiración. Un amigo siempre me trata de ansioso y debe tener razón.
Pensé en marcar 2020 pero tenía miedo de que mi poesía se parezca a un mensaje de texto.

Marqué 2020.
Mi poesía no se parece a un mensaje de texto.
Mi poesía es inexistente.
El domingo por la tarde pensé que era muy pronto para una canción que no elegimos.
A veces es bueno dejar de burlarse del destino.
Me resisto a plagiar.
Dame poesía.

lunes, 13 de octubre de 2008

Voy a la cocina vuelvo al comedor




Los exitosos miran las trampas pasar.
Por momentos pretenden acercarse a la gente, sentirse uno más.
Después de un rato pierden la conciencia y hasta se sienten uno más.
Algunos lo piensan como un buen cable a tierra, otros se sienten infelices por tener tantas cosas. El comedor llamado “Lavando culpas” ya quedó atrás.
¡Qué rico estaba el guiso amor!
Ella estaba orgullosa por el olor a cebolla que por unas horas olería como una bendición después de haber ayudado en la cocina.
Pensar que hay gente que no tiene nada, piensan mientras uno de ellos escucha una canción que por casualidad suena en la radio ( las canciones suelen hacerlos pensar ).
Después de un rato ya se convence que no tiene la culpa de tener más que otros y aparte debe haber más de cien mil personas que tienen mucho más que él.
En ese preciso momento se empieza a sentir poca cosa, cien mil es mucha gente.
Y empieza a ser desdichado entre los poderosos.
Sube la ventanilla y una lágrima cae por su mejilla.
Su mujer lo mira sin entender porque llora sin el menor gesto de tristeza.
Debe ser que todavía huelo a cebolla, piensa mientras se pone los lentes oscuros y cierra lentamente los ojos.

lunes, 6 de octubre de 2008


Historias (dos)

Después de la noche en que consiguió el tan buscado pasaje, descansó. Cerró los ojos sin el temor que hasta ese día la tenía mirando para todos lados. No se si voy a poder aguantar tantos minutos sin llorar, pero llorar sola no tiene sentido. Aguantó hasta dos horas antes de embarcar. Tomó un taxi sin mirar hacia atrás, el taxista tarareaba una canción que empezaba ... vamos vamos Argentina, vamos vamos... Ella pensaba en la cruel paradoja, él seguía cantando. Unos diez minutos la separaban de Ezeiza, muchos más de Madrid y ni pensar en los años que la separaban de Buenos Aires.
Se llamaba Pedro y manejaba como un inexperto, respetaba exageradamente las reglas de tránsito, no era un taxista clásico. La radio lo ayudaba a despegarse de las historias que le contaban sus clientes. Ella no le había contado nada, solo hablaron del clima, del calor insoportable. En un momento le pidió que se apure, ¡vamos vamos! ¡apurate!, que voy a llegar tarde. Él no le hizo caso, pero la miró. Cuando se bajó corrió unos pasos, estaba de nuevo sintiendo esa intranquilidad que la hacía mirar para todos lados, pero esta vez era puro movimiento, esta vez cerró los ojos. Ya es tarde para mirar, susurraba, ante la mirada de un pibe que se asombraba de su movimiento y de una mujer a quien solo le quedaba susurrarse a si misma. El avión despegó. El taxi arrancó displicente, el calor se tornaba insoportable, abrió la ventanilla y después la cerró, entraba un aire caliente.
Faltaban dos horas pare que su vuelo llegue a Barajas, no pudo dormir ni un segundo, ni uno solo. A él le faltaban tres horas, manejaba hasta las 7, tipo ocho se iba a jugar un picado con los amigos y después hacían un asado en lo del Gordo Martín . Llegó y miró al cielo, necesitaba sentirse como en casa, pero el cielo estaba nublado y en Buenos Aires, unas cuantas horas antes, estaba bien celeste. No me tengo que poner exigente, es lo peor que puedo hacer. Se tomó un taxi hasta un lugar que no conocía. Él tomo un poco de más, pero al otro día se levantó sin queja alguna y salió a laburar. No me queda otra pensó mientras se levantaba para ir hasta el tacho, no me queda otra pensó mientras el sonido bien pronunciado de la z le lastimaba los oídos.