jueves, 5 de agosto de 2010

Perú ¿ Diario de viaje ?


Ni se te ocurra ir a tal lugar. No vale la pena parar ahí. ¿ Si no vas a ese lugar para qué vas? En esa ciudad no hay nada. Me aconsejaban pasar de largo lugares poco recomendables y alguno me trató de idiota por mi moderado interés ante majestuosos e imperdibles paisajes. Creo que llegué a sentirme mal, o al menos un verdadero idiota. Pero en otros momentos me recuperaba de mi masoquismo innato y me sentaba para mirar a la gente, mirar cuando caminaban. Caminan distinto a mí, pensé inmediatamente después de darme cuenta que mi actividad en ese momento era mirar como camina la gente. Ríen parecido, van al colegio como en algún momento fui... pero caminan distinto.

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Ya van varias veces que me ofrecen masajes, me hablan en inglés, me río parecido a ellos y les digo que no en nuestro idioma; que igualmente suena parecido al no en inglés. Algunas veces agrego alguna palabra que acompañe al no para que sepan que hablamos parecido. Se ríen.

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Sigo considerando posibles destinos. Confieso sin pudor que me gustan las ciudades. Confieso que me gusta ver gente y no tanto que me vean.



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Las plazas no tienen juegos para los niños, algunas palomas ofician de circunstanciales animadoras. Y no solo hay ausencia de juegos, se las denomina Plazas de Armas ( creo que con mayúscula ) La explicación histórica al porqué se la escuché a mi papá en alguna oportunidad y puede ser interesante, pero me quedo con la llamativa oposición entre nuestras plazas con juegos ( gastados en su mayoría ) y sus armas ( tristemente gastadas ). Debo admitir que sus “bélicas” plazas son más alegres y bonitas que las nuestras. No me dejo llevar por los nombres y el razonamiento que acabo de hacer pierde fuerza y sentido.


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En la plaza escucho a Coiffeur y canta cada vez más suave. Pienso que no podrá superar su suavidad en el próximo disco.



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Me vuelvo bien terrenal y me empiezo a indignar por situaciones. Veo gente arrodillada que lustra zapatos ajenos. Que a mi entender están limpios. La sumisión me intranquiliza y por estos lugares la puedo olfatear. Trato de seguir viendo como camina la gente que es algo mucho más revelador.

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Por ahora no participé de grandes caminatas con grupos de personas que gustan de mirar antiguos bellos paisajes. Leí alguna vez algo así: lejos de preceder el paisaje al punto de vista, es el punto de vista el que crea el paisaje. Me justifico. Siento que voy creando paisajes encantadores. No todos pueden ser fotografiados. Hay de los dos, los que voy a mostrar a través de mi cámara y los que trato de contar. Este es mi más sincero intento.



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Siento que hablo poco y eso inevitablemente me hace pensar más. Hay veces que pienso cosas interesantes, en algunas soluciones para irremediables problemas: Pero no sé si realmente son cosas interesantes las que pienso porque gracias a mi limitación para que esas ideas dejen de pertenecer al mundo de mis pensamientos, pasan a ser irresolutas y pasajeras. Sigo pensando. Evidentemente es un pensamiento brillante el que me dice que deje de escribir pavadas.



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El tiempo pasa de modo diferente. Y la forma en que camino lo demuestra. No sólo es más lenta de lo habitual, es también más descuidada. Trato de pertenecer y no lo logro. Falsas curiosidades, pocas miradas a los costados. Trato de mirar más a los costados. ME doy cuenta que la pertenencia mata al turista que no logro matar. Saco fotos de personas que caminan, creo firmemente en las apariencias y en este caso en la forma de caminar. Ahora me siento nuevamente. Creo estar un tanto obsesionado con la forma en caminan.



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Viajar solo no representa en mí la imperiosa necesidad de hablar con gente en cada momento en que se presente la posibilidad. Redescubro cosas mías . Me gusta ver como se mueve la ciudad, hablarle. Me gusta comer sus comidas y odio los lugares de comida argentina fuera de Argentina. Igualmente extraño mis asados.


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Un mercado interminable con la carne de pollo y vaca a la luz del sol. Veinte grados. Se burlan alegremente de la cadena de frío. Por la noche como carne.


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Todo el tiempo trato de imaginar el final de su día, el después de su paso por esa plaza en dónde los veo caminar. Personas de vuelven o van a trabajar. Que miran a los gringos de costado. Otros que se amontonan en pequeñas combis. Pienso si son felices, si lloran seguido, si están enamorados, si los esperan con la comida hecha. Me resultaría ridículo preguntarles. Tampoco deben querer contarlo. Y menos a un desconocido con tiempo libre.

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Viajo en micro muchas horas. Paso por pueblos con no muchos habitantes y miro en paredes destartaladas propagandas de empresas multinacionales. Una rareza de la implacable globalización.

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Anochece y transito una ruta que le ganó a la montaña. En la oscuridad, en un lugar poco apto para mi supervivencia, veo a una señora de mucha edad que junto a un animal que no logro reconocer, se introduce entre árboles. No logro entender lo que veo. Me genera una rara sensación en el pecho. Extrañamente llego a preocuparme por ella. Después de algunas horas sigo pensando en ella y me doy cuenta que mi preocupación es ignorancia pura. Seguro que esa vieja muere de miedo en mi ciudad. Recordaré esa imagen.


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Alguien me comentó sobre la cantidad de veces que tocan bocinas. Aun más llamativo es la forma en que lo hacen. No son los eternos bocinazos argentos. Son cortos, son bocinas tímidas. Bocinas que exigen poco. Gente callada que toca bocina.


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Cuando hablan lo hacen como pidiendo perdón. Debería ser al revés.

lunes, 5 de julio de 2010

De otra manera


El paisaje no alcanzaba, una de las maravillas del mundo confundía la percepción de un viajante solitario que respiraba lento sentado en una piedra de poca monta.

Pensaba en la gente que había pisado la piedra de al lado, en la gente que vivió en esas inmensas ruinas.

Pero esa gente no estaba. Pensaba en la gente que pisaba esa hoja seca. Recordaba ritmos que intentó escuchar. En las miradas buscadas que perdían color con el correr de los minutos.

Pensó en cómo pasarla bien y miró el inmenso e irrevocable paisaje.

Ya lo vio.

Sintió admiración.

Pero ya lo vio.

Lo miró nuevamente, pero ya lo había visto.
Unos meses después recordó que ese paisaje era hermoso.

En otros momentos no llegaba a recordar su magnitud.

Algún domingo descreía haber estado ahí.

Otros no.
Dos, tres, seis cervezas, unos cuantos abrazos, mucha complicidad, miradas que se repetían unas cuántas veces sin miedo a cansar.

Acentos extranjeros, señas irresolutas que intentaban.

No hay domingo, que no desee volver.

Los que vienen con lluvia son aún más desesperantes.

Creo que elige no volver a ese lugar en dónde posiblemente ese calor desproporcionado ya no es bueno que esté.

Claramente es una cuestión de temor.

Teme de forma inaudita tratar de volver.

lunes, 28 de junio de 2010

Bordeando


"Pido que las noches no se quiebren en tu luz"

Lisandro Aristimuño

La música sonaba en voz baja, quise mirar a los costados, la gente murmuraba palabras que para otros eran exclamaciones o porque no frases de amor, de amores nuevo, frescos, amores de mañanas con olores agradables.

Palabras que formaban frases que vislumbraban oscuridad compartida, que nombraban palabras desgastadas, que generaban sonrisas no fingidas, que acompañaban revoluciones cotidianas, que sonrojaban como sonrojan las primeras infidencias al oído.

La música seguía sonando como un susurro, pero seguía mirando a la gente que hablaba y me miraban.

Al menos eso creo.

Mi imagen no despertaba en ellos palabras alusivas.

Creo que me veían, creo darme cuenta que no me miraban, creo tener dudas.

Entre ellos sí se miraban, como mira quien nunca fue perseguido, como miran los que alguna vez no pudieron hacerlo, como lo hacen quienes sufren ante una imagen perdida, ante una pérdida…
Me propuse escuchar la música, pero era imposible reconocer sus palabras, y me mantuve al borde, en ese lugar en dónde transitaría una noche que nunca prometió nada, una noche que no era ni fría, que no permitía refugiarse en la tristeza.

Una noche en la que quise ser un ladrón pero sólo llegué a ser un triste espía.

miércoles, 14 de abril de 2010

Qulmeño


Pensando en poder dejar de pensar.

No se trataba de buenos a malos perdedores, se trataba de alguna lágrima que se escapó cuando no pudo dejar de pensar.

Estaba ansioso poder caminar tantos pasos prometidos, por poder mirar al amigo que siempre lo acompañaba y abrazarlo sin medir la fuerza.

Leyó en su celular que otro amigo le decía que el tiempo pone las cosas es su lugar.

Y pensaba en lo arbitrario del tiempo.

Pero no era momento para filosofía barata.

La lluvia daba el toque justo para que la noche acompañe el momento.

Coherencia pura.

Se había olvidado del ruido de su propio dolor, del sabor bien salado de sus lágrimas y se sintió extraño al revivirlo.

No es merecido murmuraba y seguía sintiendo.
Necesitaba dejar de sentir por un rato.

La mirada bien perdida se parecía a la alguien que sufre por amor.

Evidentemente era eso... sufría por amor.

domingo, 7 de febrero de 2010

Suficiente


Con algunos vicios de oscuridad miraba hacia una pequeña luz llena de inspiración.

Una luz bien pequeña, una luz difícil de apagar.

Pero siempre había peros.

Pero siempre creía en los peros.

Repito, esa lucecita no se iba a apagar, pero irremediablemente estaba para iluminar otros caminos.

Afortunados esos caminos, esos momentos, esas mañanas.

La cronología de los hechos no ayudaba y estaba claro que por algo no es de día en todos los lugares a la misma hora.

Buscar las causas tampoco ayudaba y trataba de taparse los ojos, pero no... la luz cada vez más pequeña no dejaba de tener una extraña intensidad.

Se conformó con saber que esa luz existía...