lunes, 5 de julio de 2010

De otra manera


El paisaje no alcanzaba, una de las maravillas del mundo confundía la percepción de un viajante solitario que respiraba lento sentado en una piedra de poca monta.

Pensaba en la gente que había pisado la piedra de al lado, en la gente que vivió en esas inmensas ruinas.

Pero esa gente no estaba. Pensaba en la gente que pisaba esa hoja seca. Recordaba ritmos que intentó escuchar. En las miradas buscadas que perdían color con el correr de los minutos.

Pensó en cómo pasarla bien y miró el inmenso e irrevocable paisaje.

Ya lo vio.

Sintió admiración.

Pero ya lo vio.

Lo miró nuevamente, pero ya lo había visto.
Unos meses después recordó que ese paisaje era hermoso.

En otros momentos no llegaba a recordar su magnitud.

Algún domingo descreía haber estado ahí.

Otros no.
Dos, tres, seis cervezas, unos cuantos abrazos, mucha complicidad, miradas que se repetían unas cuántas veces sin miedo a cansar.

Acentos extranjeros, señas irresolutas que intentaban.

No hay domingo, que no desee volver.

Los que vienen con lluvia son aún más desesperantes.

Creo que elige no volver a ese lugar en dónde posiblemente ese calor desproporcionado ya no es bueno que esté.

Claramente es una cuestión de temor.

Teme de forma inaudita tratar de volver.

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