miércoles, 20 de abril de 2011
Los Sin Rostro
Las horas previas eran todas las horas. Los momentos antes eran todos los momentos. La pérdida de la noción del tiempo convertía a todos los momentos en una gran previa macabra. Ruidos que indicaban el posible momento no respetaban horarios. Los sin rostro no respetaban, en la barbarie, la rigidez de los horarios fijos. A sus casa se iban a horario y regresaban a sus trabajos con la puntualidad de un inglés que a la hora indicada tomará un te, inglés. Lastimaban con la impuntualidad de un militar que no piensa ni pregunta antes de hacerlo, que no le interesa preguntar y pensar antes de hacerlo. Que se justifica en la más cruel de las excusas, en el mandato divino que no podría dejar de ejecutar, por miedo a un castigo, por cierto divino. Los sin rostros rezaban para buscar la salvación, Manuel y Julio lo hacían por la misma razón. Sin rostro y encapuchados, buscando salvaciones con pocos puntos de contacto. Para el rezo Los sin rostro buscaban los domingos por la mañana, en dónde solían cruzarse con gente que no los reconocían. Eran como maniquíes, sin gestos particulares. Manuel y Julio rezaban por necesidad y no por costumbre. Julio no creía en Dios. Manuel necesitaba creer, pero la desconfianza le estaba ganando por goleada. En el momento de rezar se soltaban las manos. El último en llegar al lugar donde estaban detenidos se llamaba Juan. Pidió que lo llamen Reo. Así me dicen desde chico, explicó. El Reo de Parque Patricio. Así se presentó. Manuel pensó que el solo hecho de ser Reo era suficiente para una posible detención. Debe tener el pelo largo, también pensó. Y barba pensó Julio. Por momentos pensaban con lógicas ajenas. Juan, El Reo, era montonero y creía en la posibilidad de cambiar el mundo. Creía firmemente en la lucha armada. Ellos nunca habían tocado un arma. Manuel créia en el arma de la palabra. Manuel no creía. El Reo había matado.
domingo, 17 de abril de 2011
Los sin rostro ( Continuación )
Julio intento reir pero no pudo. Sus músculos lo desobedecían, se independizaban. Imaginaba una y mil veces que sus músculos sufrían y se sentía a gusto de saber que ellos eran independientes. Su mente sufría como él. Sintió que trataba de disociar cada parte de su cuerpo. Sintió en la materialidad de sus pensamientos. Creyó estar volviéndose loco, pero después como siempre le pasaba dejo de creer. Trato de reir y esta vez pudo. Sintió terror por esto. La mente imperialista no dejaba de ejercer un despiadado poder sobre sus músculos. Para dejar de pensar charlaba con Manuel. No se veían las caras y esto provocaba cierta indiferencia ante las palabras escuchadas. Se agarraban de las manos cuando hablaban y sentían seguridad. Seguían teniendo rasgos particulares, sus caras encerradas decían cosas, las capuchas no impedían que sus miradas busquen consenso, relean pensamientos ocultos, que reconozcan confusos paisajes setentistas que no llegaban a comprender. Escucharon ruidos y lloraron amargamente, escuchaban a gente que lloraba amargamente. Decidieron soltarse las manos y dejar de llorar. No pudieron. Una puerta se abrió, ya no estaban solos, ahora eran tres. Lo saludaron pero no recibieron respuesta. Trataron de preguntarles de dónde venía, pero obtenían respuesta. Julio trató de agarrarle las manos, Sintió que las palabras estaban de más. Encontró unas manos húmedas que apretaban las suyas con una intensidad irracional. Sintió terror.
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