Compenetrado miro un partido
Ella no lo puede creer – ¡ Pero si no juega River !
Cambaceres ataca de nuevo,
Esto si que es un milagro
El control remoto se apodera de mí
Pongo el Big chanel,
descubro que el escaletric no era tan grande.
Igual cuando juega river también se queja...
¡Yo vengo a alentar! (y a escribir)
Introducción
Como en toda manifestación espontánea, resulta difícil pensar en el instante de creación de las canciones de las hinchadas de fútbol. ¿Qué las motiva? ¿Por qué domingo a domingo todos los estadios se transforman en escenario de esta lírica tan particular?. La respuesta que elegimos dar se resume en una sola palabra: la pasión. El fútbol, como todo espectáculo, necesita de la presencia de un observador, y el observador puede ser definido como tal sólo si participa del mismo. El actor de teatro necesita del aplauso del público. Y los actores del fútbol, del aliento de la gente: aplausos, sí, pero también silbidos, insultos, canciones. La pasión trasciende, a diferencia de lo que ocurre en el teatro, el mero gusto o disgusto, pues también se debate entre el ganar y el perder. Ganar, perder, gustar, disgustar. Común denominador de nuestra historia, la dicotomía, como puede notarse, no es ajena al fútbol: River / Boca, Bilardo / Menotti, Crespo / Batistuta y la lista podría seguir. Ahora bien, la pasión, eso inexplicable que el hincha “lleva bien adentro desde la cuna hasta el cajón” es el elemento que las genera pero, al tiempo, es el criterio irracional que ayuda a resolverlas, y las canciones que bajan en cada partido desde las tribunas y que nos hemos propuesto analizar son el vehículo a través del cual fluye ese misterioso sentimiento.
2. El otro yo
Al igual que en las composiciones poéticas, las canciones de las hinchadas construyen un yo. Pero a diferencia de ellas, ese yo no es escrito, sino oral y, en consecuencia, producto de la memoria, del boca en boca, del hábito de concurrir a un estadio. La escritura, y esto es un rasgo definitivo, es una práctica totalmente ajena y extraña a este tipo de producciones. Un poema, un cuento, una novela, exigen la rúbrica de su autor. Y no sólo eso, de la escritura, además, depende otra práctica: un poema, un cuento, una novela, exigen un lector. Las canciones de la cancha son orales y, por lo tanto, anónimas y audibles (no hay una página en blanco para anotar ni leer nada, ni siquiera el nombre de su autor).
Hay que tener algo en claro: las canciones son puro sonido, no hay ninguna instancia de lectura; sólo existen cuando alguien las escucha. Y de este hecho se desprenden dos consecuencias interesantes. En primer lugar, respecto de lo escrito, lo cantado aparece como algo más frágil. El canto dura mientras dura la resonancia de la voz y la atención del oído y luego, desaparece. En segundo lugar, respecto de lo escrito, lo cantado aparece como algo más fuerte. Frente al silencio de la escritura, el canto recupera la dimensión sonora. El sonido es el único soporte del canto y de allí su doble valor: frágil por efímero, pero a la vez fuerte, por ensordecedor.
Entonces, volviendo al hilo conductor de este apartado, la primera característica que debe señalarse respecto del yo que se construye en la textualidad de las canciones es su estatuto oral. Trataremos de revisar, ahora, qué se predica en ellas de él, cuáles son sus atributos, con qué elementos establece relaciones y de qué forma.
El lugar en donde la lírica de las hinchadas encuentra su lugar es el espacio futbolero. Cuando nos referimos a lo futbolero, estamos hablando de un ámbito legitimado por la pasión que, justamente, el fútbol inspira; un ámbito legitimado por esa religión, por cierto politeísta, que no es otra que la del domingo. No cualquier persona entiende el lenguaje que manejan quienes cantan y escuchan estas canciones. El espacio futbolero pone en juego un código restringido, esquivo para todo aquél que no participa de ese espacio. Lo que nos parece importante remarcar es que no creemos que tal fenómeno se deba a la pertenencia o no a determinada clase social. Podríamos decir que dentro de esta comunidad (la futbolera) con reglas propias y valores bastante particulares, las clases sociales no son impedimento para entender o no las canciones que se cantan en una cancha. Podemos afirmar que existe una nueva clase que incluye a todas las demás, como un campo autónomo en donde las diferencias económicas, culturales, lingüísticas, desaparecen en pos de alentar a un equipo. Las diferencias de clase y económicas se pueden evidenciar en el lugar desde donde se canta y desde donde se escucha (platea, popular, locales, visitantes) pero no con respecto a las canciones y su contenido.
Esta clase o, si se quiere, comunidad futbolera, vive un ritual en donde se juegan relaciones de poder entre dos grupos y en donde rige una escala de valores propia de la cancha. El estadio es el único lugar en donde se puede, por ejemplo, insultar y discriminar, sin la condena de la sociedad. La cancha, escenario contextual y a la vez objeto textual de los cantos, es el último reducto en donde los exabruptos son permitidos.
3. Amor constante más allá de la muerte
Muerte y vida son otro par de elementos que atraviesan la lírica futbolera. El paso de los años y los cambios que implica no menguan el sentimiento: “Pasan los años / pasan los jugadores / pero lo que no pasa / River es mi pasión”. El conjunto de cosas que expresa esa última palabra, tan densa, tan llena de sentido y a la vez tan difícil de explicar, se mantiene inalterable ante los avatares del tiempo. La pasión es inmune a la erosión cronológica y más aun, a la sentencia fatal que podría significar la muerte: “El día que me muera / yo quiero mi cajón / pintado rojo y blanco / como mi corazón”.
De acuerdo a la representación de la vida del hincha que construyen las canciones, es claro que ella encuentra su fin último en la tarea de seguir al club, de llenar las tribunas, de alentarlo siempre. El hincha tiene en claro el aspecto fugaz de su vida pero, de la misma forma, es también evidente para él la inmortalidad del sentimiento. Cuando él no esté habrá otros y luego otros. La pasión, como ya hemos dicho, cohesiona la identidad del grupo, su marco de pertenencia, y el conjunto de sus valores; pero no sólo eso, pues además, garantiza su existencia hacia el infinito: “a los jugadores les pido que dejen la vida / cuando yo me muera te voy a alentar desde arriba” La pasión es el sentimiento que disuelve la dicotomía muerte / vida. Para quien canta, en el momento de su canto, el pasaje de un estado a otro no es importante y más aun, para quien canta, el pasaje de un estado a otro ni siquiera existe.
Es común escuchar y ver en los medios declaraciones de gente vinculada al fútbol que reivindican la felicidad que acompaña y genera este deporte. En tiempos de crisis socio-económica, de perversión de las instituciones, de exagerados niveles de pobreza y desocupación, el fútbol sigue siendo un reducto capaz de estampar una sonrisa en la cara de todos los argentinos. Y esa sonrisa es, justamente, el signo de la inmortalidad. ¿Por qué aun festejamos en una cancha cuando todos los demás elementos de nuestra cotidianeidad aparecen más como motivos de luto? Pues bien, porque en la cancha somos inmunes, invencibles, todopoderosos. A través del canto, el hincha se libera de la presión de la lógica del día a día y protagoniza otra creada por él, una lógica festiva que, eterna, guarda la sucesión inacabable de domingos: “El domingo ya llegó / a la cancha yo me voy [...] Por la punta vamo´ a entrar / vas a ver el carnaval / esta fiesta nunca va a terminar”. No hay ocupación ni obligación que cobre más importancia que el ritual de ir a la cancha. Esa especie de religión que preferimos llamar politeísta (para algunos su dios es Franccescoli, para otros Maradona, porque no Bochini o Cárdenas) no permite el pecado de perderse la misa del último día de la semana.
Coronando el final de la vida que transcurre de lunes a sábado, nace la del domingo. La persona que concurre a la cancha olvida las obligaciones cotidianas para abandonarse en el terreno de la libertad: “No veo la hora que llegue el domingo / dejo todo lo que tengo que hacer / me voy a ver a River Plate”. Una vez instalado en la tribuna, deja de ser él para, a través del canto, representarse como otro. Lo primero que pierde es la responsabilidad de ser uno. El hincha se des-individualiza tras la máscara anónima que significa la masa plural que lo rodea. A partir de allí, se instaura una radical suspensión de su forma de ser social y cotidiana.
4. Carnaval toda la vida: el apartado más breve del trabajo
El título de este segmento ha sido adoptado por las distintas hinchadas para referirse al cúmulo de experiencias que se viven mientras transcurre el espectáculo del fútbol. La palabra “carnaval”, por otra parte, suena también como estribillo dentro del ámbito académico. Si en casi todas los textos, según nos enseñan, podemos explicar, marcar, subrayar e interpretar la presencia del proceso de la carnavalización, el influjo de inversiones, jerarquías anuladas, etc, ¿por qué no poder pensar estos términos en el objeto que hoy nos ocupa? La incapacidad de responder a esta pregunta nos llevará a ver cómo se divorcia Bajtin de los Cadillacs y las hinchadas.
Del carnaval, y esto es una enseñanza de Bajtin que el propio Bajtin traiciona, no se puede hablar, el carnaval se vive, del carnaval se participa. Una vez que se describe, se reglamenta. Y una vez que se reglamenta, se diluye. El carnaval en el fútbol es moneda corriente y hasta necesaria. Podemos decirlo luego de haber participado de él en más de una ocasión. Omitimos el relato, la descripción, la explicación y todas las consideraciones que habitualmente estamos acostumbrados a hacer. Para que la experiencia del carnaval no se reduzca sólo a la lectura de lo que otros dicen de ella, es imprescindible ir a la cancha.
Introducción
Como en toda manifestación espontánea, resulta difícil pensar en el instante de creación de las canciones de las hinchadas de fútbol. ¿Qué las motiva? ¿Por qué domingo a domingo todos los estadios se transforman en escenario de esta lírica tan particular?. La respuesta que elegimos dar se resume en una sola palabra: la pasión. El fútbol, como todo espectáculo, necesita de la presencia de un observador, y el observador puede ser definido como tal sólo si participa del mismo. El actor de teatro necesita del aplauso del público. Y los actores del fútbol, del aliento de la gente: aplausos, sí, pero también silbidos, insultos, canciones. La pasión trasciende, a diferencia de lo que ocurre en el teatro, el mero gusto o disgusto, pues también se debate entre el ganar y el perder. Ganar, perder, gustar, disgustar. Común denominador de nuestra historia, la dicotomía, como puede notarse, no es ajena al fútbol: River / Boca, Bilardo / Menotti, Crespo / Batistuta y la lista podría seguir. Ahora bien, la pasión, eso inexplicable que el hincha “lleva bien adentro desde la cuna hasta el cajón” es el elemento que las genera pero, al tiempo, es el criterio irracional que ayuda a resolverlas, y las canciones que bajan en cada partido desde las tribunas y que nos hemos propuesto analizar son el vehículo a través del cual fluye ese misterioso sentimiento.
2. El otro yo
Al igual que en las composiciones poéticas, las canciones de las hinchadas construyen un yo. Pero a diferencia de ellas, ese yo no es escrito, sino oral y, en consecuencia, producto de la memoria, del boca en boca, del hábito de concurrir a un estadio. La escritura, y esto es un rasgo definitivo, es una práctica totalmente ajena y extraña a este tipo de producciones. Un poema, un cuento, una novela, exigen la rúbrica de su autor. Y no sólo eso, de la escritura, además, depende otra práctica: un poema, un cuento, una novela, exigen un lector. Las canciones de la cancha son orales y, por lo tanto, anónimas y audibles (no hay una página en blanco para anotar ni leer nada, ni siquiera el nombre de su autor).
Hay que tener algo en claro: las canciones son puro sonido, no hay ninguna instancia de lectura; sólo existen cuando alguien las escucha. Y de este hecho se desprenden dos consecuencias interesantes. En primer lugar, respecto de lo escrito, lo cantado aparece como algo más frágil. El canto dura mientras dura la resonancia de la voz y la atención del oído y luego, desaparece. En segundo lugar, respecto de lo escrito, lo cantado aparece como algo más fuerte. Frente al silencio de la escritura, el canto recupera la dimensión sonora. El sonido es el único soporte del canto y de allí su doble valor: frágil por efímero, pero a la vez fuerte, por ensordecedor.
Entonces, volviendo al hilo conductor de este apartado, la primera característica que debe señalarse respecto del yo que se construye en la textualidad de las canciones es su estatuto oral. Trataremos de revisar, ahora, qué se predica en ellas de él, cuáles son sus atributos, con qué elementos establece relaciones y de qué forma.
El lugar en donde la lírica de las hinchadas encuentra su lugar es el espacio futbolero. Cuando nos referimos a lo futbolero, estamos hablando de un ámbito legitimado por la pasión que, justamente, el fútbol inspira; un ámbito legitimado por esa religión, por cierto politeísta, que no es otra que la del domingo. No cualquier persona entiende el lenguaje que manejan quienes cantan y escuchan estas canciones. El espacio futbolero pone en juego un código restringido, esquivo para todo aquél que no participa de ese espacio. Lo que nos parece importante remarcar es que no creemos que tal fenómeno se deba a la pertenencia o no a determinada clase social. Podríamos decir que dentro de esta comunidad (la futbolera) con reglas propias y valores bastante particulares, las clases sociales no son impedimento para entender o no las canciones que se cantan en una cancha. Podemos afirmar que existe una nueva clase que incluye a todas las demás, como un campo autónomo en donde las diferencias económicas, culturales, lingüísticas, desaparecen en pos de alentar a un equipo. Las diferencias de clase y económicas se pueden evidenciar en el lugar desde donde se canta y desde donde se escucha (platea, popular, locales, visitantes) pero no con respecto a las canciones y su contenido.
Esta clase o, si se quiere, comunidad futbolera, vive un ritual en donde se juegan relaciones de poder entre dos grupos y en donde rige una escala de valores propia de la cancha. El estadio es el único lugar en donde se puede, por ejemplo, insultar y discriminar, sin la condena de la sociedad. La cancha, escenario contextual y a la vez objeto textual de los cantos, es el último reducto en donde los exabruptos son permitidos.
3. Amor constante más allá de la muerte
Muerte y vida son otro par de elementos que atraviesan la lírica futbolera. El paso de los años y los cambios que implica no menguan el sentimiento: “Pasan los años / pasan los jugadores / pero lo que no pasa / River es mi pasión”. El conjunto de cosas que expresa esa última palabra, tan densa, tan llena de sentido y a la vez tan difícil de explicar, se mantiene inalterable ante los avatares del tiempo. La pasión es inmune a la erosión cronológica y más aun, a la sentencia fatal que podría significar la muerte: “El día que me muera / yo quiero mi cajón / pintado rojo y blanco / como mi corazón”.
De acuerdo a la representación de la vida del hincha que construyen las canciones, es claro que ella encuentra su fin último en la tarea de seguir al club, de llenar las tribunas, de alentarlo siempre. El hincha tiene en claro el aspecto fugaz de su vida pero, de la misma forma, es también evidente para él la inmortalidad del sentimiento. Cuando él no esté habrá otros y luego otros. La pasión, como ya hemos dicho, cohesiona la identidad del grupo, su marco de pertenencia, y el conjunto de sus valores; pero no sólo eso, pues además, garantiza su existencia hacia el infinito: “a los jugadores les pido que dejen la vida / cuando yo me muera te voy a alentar desde arriba” La pasión es el sentimiento que disuelve la dicotomía muerte / vida. Para quien canta, en el momento de su canto, el pasaje de un estado a otro no es importante y más aun, para quien canta, el pasaje de un estado a otro ni siquiera existe.
Es común escuchar y ver en los medios declaraciones de gente vinculada al fútbol que reivindican la felicidad que acompaña y genera este deporte. En tiempos de crisis socio-económica, de perversión de las instituciones, de exagerados niveles de pobreza y desocupación, el fútbol sigue siendo un reducto capaz de estampar una sonrisa en la cara de todos los argentinos. Y esa sonrisa es, justamente, el signo de la inmortalidad. ¿Por qué aun festejamos en una cancha cuando todos los demás elementos de nuestra cotidianeidad aparecen más como motivos de luto? Pues bien, porque en la cancha somos inmunes, invencibles, todopoderosos. A través del canto, el hincha se libera de la presión de la lógica del día a día y protagoniza otra creada por él, una lógica festiva que, eterna, guarda la sucesión inacabable de domingos: “El domingo ya llegó / a la cancha yo me voy [...] Por la punta vamo´ a entrar / vas a ver el carnaval / esta fiesta nunca va a terminar”. No hay ocupación ni obligación que cobre más importancia que el ritual de ir a la cancha. Esa especie de religión que preferimos llamar politeísta (para algunos su dios es Franccescoli, para otros Maradona, porque no Bochini o Cárdenas) no permite el pecado de perderse la misa del último día de la semana.
Coronando el final de la vida que transcurre de lunes a sábado, nace la del domingo. La persona que concurre a la cancha olvida las obligaciones cotidianas para abandonarse en el terreno de la libertad: “No veo la hora que llegue el domingo / dejo todo lo que tengo que hacer / me voy a ver a River Plate”. Una vez instalado en la tribuna, deja de ser él para, a través del canto, representarse como otro. Lo primero que pierde es la responsabilidad de ser uno. El hincha se des-individualiza tras la máscara anónima que significa la masa plural que lo rodea. A partir de allí, se instaura una radical suspensión de su forma de ser social y cotidiana.
4. Carnaval toda la vida: el apartado más breve del trabajo
El título de este segmento ha sido adoptado por las distintas hinchadas para referirse al cúmulo de experiencias que se viven mientras transcurre el espectáculo del fútbol. La palabra “carnaval”, por otra parte, suena también como estribillo dentro del ámbito académico. Si en casi todas los textos, según nos enseñan, podemos explicar, marcar, subrayar e interpretar la presencia del proceso de la carnavalización, el influjo de inversiones, jerarquías anuladas, etc, ¿por qué no poder pensar estos términos en el objeto que hoy nos ocupa? La incapacidad de responder a esta pregunta nos llevará a ver cómo se divorcia Bajtin de los Cadillacs y las hinchadas.
Del carnaval, y esto es una enseñanza de Bajtin que el propio Bajtin traiciona, no se puede hablar, el carnaval se vive, del carnaval se participa. Una vez que se describe, se reglamenta. Y una vez que se reglamenta, se diluye. El carnaval en el fútbol es moneda corriente y hasta necesaria. Podemos decirlo luego de haber participado de él en más de una ocasión. Omitimos el relato, la descripción, la explicación y todas las consideraciones que habitualmente estamos acostumbrados a hacer. Para que la experiencia del carnaval no se reduzca sólo a la lectura de lo que otros dicen de ella, es imprescindible ir a la cancha.
2 comentarios:
Amigo gallina te felicito por este blog y particularmente por este trabajo que hiciste de lo que significa la ¨Pasión¨ que sentimos por un club, aunque muchos no lo puedan entender. En nuestro caso nos une el sentimiento por River Plate, el más grande, lejos. Un abrazooo
Te felicito!!!! gracias por ponerle un cacho de cultura al grupo jajaja.Dicen que la pasión es una expresión emotiva, no controlada y de fuerte intensidad, como el amor, el odio, los celos, etc.si bien vos tomaste la pasion desde la perspectiva de una hinchada de futbol , particularmente la de River Plate , creo que es un sentimiento que atraviesa todos los aspectos de nuestras vidas , y sino preguntaselo a nuestra banda , que se mueve y vive a traves de la pasión . Abrazo grande
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